Esta semana ha sido muy intensa en el laboratorio. Se hace evidente el hecho de que tres estudiantes de máster son muchos para una sola persona. Sin embargo, tengo mucha suerte porque los tres son conscientes de la situación y están demostrando que son muy capaces de hacer el trabajo sin que esté yo encima de ellos todo el santo día y de ser responsables con lo que hacen. Por otro lado, el jefe ha estado en un congreso y, parece que ha tenido mucho tiempo para pensar y mandar e-mails cada 2h pidiendo o sugiriendo experimentos. Así que las ojeras del miércoles eran ya considerables. Pero el momento más importante de la semana ha sido, afortunadamente, a nivel personal.
Esta semana seguramente haya sido un punto y a parte en la vida de una buenísima amiga que ha dejado España junto con su marido, como tantos y tantos españoles en los últimos dos años, para ir a trabajar ahí donde hay trabajo. En su caso a Sudáfrica. Hacía mucho mucho tiempo que no la veía (un año y medio, posiblemente), aunque sí sabía de ella por internet y teléfono. Y, últimamente, estábamos un poco alejadas por la misma razón por la que yo he estado alejada todo el mundo los últimos dos años: el artículo que fue aceptado el año pasado. Aunque en realidad ella sea posiblemente la persona que más haya decepcionado el año pasado, ya que no pude ir a su boda, aún estando en España por ello, porque dos días antes me escribieron de las altas esferas pidiéndome los datos de unos pacientes para ¡Ya!. Sé que estaba muy dolida por ello y, aunque sea consciente de que ese gesto quizás haya sido clave para que en enero firmara mi actual contrato, siempre tendrá esa espinita clavada.
A principios de este mes me dijo que se marchaba a Sudáfrica. Sabía desde hacía años que tenían la intención de marcharse fuera de España y con altas probabilidades de que también fuera afuera de Europa. Y ese momento llegó. Estos días la preguntaba como estaba, si ya tenían cogido los billetes de vuelo y, por fin, a principios de esta semana me dijo que volaban el jueves y que hacían escala en París. Así que aunque no tenía muchas esperanzas de poder verla, finalmente, in extremis (desde el aeropuerto de Barajas antes de embarcar), me dijo que tenían algo más de 5h de espera en Charles de Gaulle (5:30h - 11 pm) . En ese momento estaba haciendo un experimento de 8h por lo que no quería pillarme los dedos con la posibilidad de ir. Así que, sin prisa pero sin pausa, fui aligerando el experimento todo lo que pude y a las 6 de la tarde terminaba el experimento. El lugar donde trabajo y el aeropuerto CDG están completamente de punta a punta. Tarde 1h y media en ir, estuve con ellos 1h y media, y otra 1h y media hasta llegar a mi casa. Pero mereció, y mucho, la pena. Como era de esperar, estar con ellos después de año y medio, es lo mismo que haberlos visto ayer. Pero quizás lo más reconfortante fueran el abrazo de "me alegro de verte", el de "adiós" y el de "no te preocupes que todo va a ir bien". Porque por mucho miedo que dé marcharse de casa, y con casa me refiero de nuestro país, siempre podrás volver a él.
Y yo, egoístamente, estoy contenta porque ahora tengo otra excusa para viajar... esta vez a Sudáfrica :)