Hace un par de años tuve la suerte de que me concedieran en España un contrato Juan de la Cierva de una duración de 3 años para poder volver como postdoc a mi antiguo laboratorio. Como en ese momento estaba muy liada con el trabajo, solicité un aplazamiento. Finalmente, y por diversas razones, tuve que rechazar este contrato.
Creo que uno de los momentos más difíciles que he tenido que pasar en el plano laboral ha sido tener que decirle a mi antiguo jefe que no volvía. Me sentía fatal porque es una persona que siempre se ha molestado en ayudarme, que me ha dado buenos consejos y que, al fin y al cabo, si he llegado hasta aquí en gran medida es su culpa. Y yo sentía que le iba a decepcionar, a fallar.
Pero cuando hablé con él, me dijo que lo entendía y, a parte de animarme, me dijo que no me preocupara porque el hecho de que no volviera no interferiría en nuestra relación.
Estos días estoy estudiando y haciendo bibliografía para proponer a mi actual jefe un nuevo proyecto que me separe un poco de lo que hacen el resto de mis compañeros y es un poco frustrante porque sé que él es reacio a las nuevas propuestas; pero aún así yo quiero intentarlo. La cuestión es que me estaba volviendo loca buscando un buen artículo que explicara un tema en concreto y le escribí a mi antiguo jefe para que me aconsejara sobre alguno que él conociera, ya que es más su campo. En menos de 2h tenía un correo de vuelta con un artículo adjunto, además de sus ánimos y disponibilidad, como siempre.
Desde luego, que nunca tendré demasiadas palabras de agradecimiento hacia él. Me parece una persona de una calidad humana excepcional, de esas que puedes contar con los dedos de una mano. Y, realmente me considero afortunada de tenerle cerca porque, a parte del nivel personal, es un científico de los que cuando los miras sabes que no te has equivocado de profesión.
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