Seguro que la entrada de hoy no tiene nada que ver con cualquier cosa de las que estéis pensando.
Como hace unos meses os contaba, en octubre de 2010 nos fuimos un grupo de 6 amigos a visitar China durante 10 días. No me cansaré de decir que posiblemente sea el mejor viaje que haré nunca, no sólo por el país en sí, sino también por la compañía. De hecho yo pensé que 10 días eran muchos y que terminaríamos tirándonos los trastos a la cabeza, pero creo que conseguimos mantener bastante el tipo.
A lo que iba, a parte de visitar las dos ciudades más turísticas de China, como son Pekín y Shangai, también estuvimos en la China profunda, allí donde no se acerca casi nadie salvo que vayas con un chino de origen que te lleve. Y ese fue nuestro caso. Nuestro amigo nos llevó a Zigong, su ciudad. Allí estuvimos unos 3 días en casa de sus padres. Fue toda una experiencia porque no solo tuvimos la suerte de poder una zona que poca gente puede ver, sino porque la mayoría de los habitantes de allí habían visto a un occidental en su vida, así que íbamos por el supermercado alucinando con los productos mientras los paisanos alucinaban con nosotros. De hecho en más de una ocasión nos pedían que nos hiciéramos fotos con ellos. Muy chocante.
También pudimos comprobar cómo era la convivencia en casa de una familia china. Los padres de nuestro amigo fueron excepcionalmente amables, nos acogieron como si fuéramos de la familia, nos llevaron a visitar ciudades y nos invitaron a comer comida típica de allí. A parte de enseñarnos a jugar al verdadero Maj-hong. Como anécdota os diré que los chinos no suelen besarse, ni siquiera entre madre e hijo, y mucho menos entre hombres y mujeres que no se conocen. Sin embargo, el día que nos marchamos, la madre de nuestro amigo nos dio dos besos a cada uno incluidos los chicos. Eso sí, al parecer la picaron con las barbas, ejje.
Se portaron tan bien con nosotros que en Navidades de ese mismo año decidimos enviarles un paquete con coñac, cremas y perfumes parisinos. No le quisimos decir nada a nuestro amigo para que no evitara que lo hiciéramos. Así que decidimos poner en la dirección el nombre de nuestro amigo. 6 meses después le preguntamos si por casualidad su madre no le había dicho nada de un paquete, evidentemente se lo tuvimos que contar. Nos dijo que como él ya no vive allí que el paquete nunca les llegaría, Y efectivamente, el paquete nunca les llegó. Hasta el punto que dos años después la chica que puso su dirección como remitente recibió ayer el paquete completamente destrozado. Y aunque faltaban las cremas, el coñac seguía allí. Creo que le llevará un día al laboratorio y nos lo beberemos a su salud.
En fin, una muestra más de que nunca se puede dar nada por perdido. Jeje.
En fin, una muestra más de que nunca se puede dar nada por perdido. Jeje.
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