Estos días que estoy en España podría escribir cada día de lo que me gusta estar con la familia, con los amigos que veo muy de vez en cuando o con los que hablo por teléfono porque están más lejos, de la comida, del sol ... Pero ayer el momento del día se debió al trabajo.
Como hace unos días dije, nos habían rechazado el artículo en Nature. Desde ese momento, mi jefe había estado ideando distintos planes de ataque para enviarlo a otra revista. Después de varios días rediseñando las figuras para enviarlo a otra revista, ayer mi jefe me escribe para decirme que Science estaba interesada en el artículo. Me pegó un subidón. Escribí a todos los colaboradores que han participado en el artículo solicitando su acuerdo para enviarlo a esta revista. Ya no me podía despegar de la pantalla del ordenador, comprobando si respondían o no. Esperando a que mi jefe me escribiera un email con las correcciones que tengo que hacer en las figuras. Un email que no llegó. Sé que estos tres días que me quedan son los tres últimos de relax por otra temporada porque de nuevo entro en la dinámica de gráficas, envío de correcciones, inclusión de correcciones de todos los autores, submisión del artículo, esperar a que conteste el editor de la revista ... Pero en el fondo ya tengo el gusanillo picado y estoy deseando de llegar para ponerme con ello cuanto antes.
Posiblemente entre dentro de la definición de workahólico (o trabajólico en español), es decir un adicto al trabajo. Quizás, no soy experta en patologías mentales. Pero de lo que sí que estoy segura es de que mi trabajo me apasiona, y creo que a la mitad de los científicos les pasa lo mismo porque la investigación científica es muy sacrificada (sobretodo en etapas pre- y post-doctorales), muchas veces frustrante y de vez en cuando muy muy muy gratificante.
No sé qué pasará con el artículo, si será aceptado o rechazado y lo tengamos que volver a enviar a otra revista, pero desde luego que por intentarlo no quedará.
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