He vuelto con la sensación de haberme relajado y haber disfrutado de este fin de semana en España más que en las "vacaciones de verano". Aunque quizás sea porque realmente ha sido así ya que, una vez pasada la charla, tan solo hice una amago de avanzar con el trabajo que me duró 2h y eso fue todo.
Ayer, entre que el vuelo llegaba a las 10 de la noche y llegar a casa etc.. me dieron las mil. No se me puede pasar contaros la anécdota del día de ayer.
Cuando cogí el avión de ida para Madrid, llevaba metidas en la bolsa de viaje mis botas y puestas las deportivas. La razón para ello es que cuando el calzado supera el tobillo o tiene cuña tienes que descalzarte para pasar el control de seguridad del aeropuerto. Así que con las deportivas me ahorraba el andarme descalzando. Sin embargo ayer, cuando estaba preparando la maleta, con material culinario necesario para cuatro cocidos, dos fabadas y algún que otro capricho, me di cuenta de que era mucho mejor si en lugar de llevar las botas en la maleta, las llevaba puestas y así me cabía mejor la comida. Vamos, un pequeño sacrificio para el bien de mi paladar. Como el vuelo era muy tarde, también decidí en el último minuto no facturar la maleta y subirla conmigo a la cabina del avión y así poder salir pitando del aeropuerto en cuanto aterrizara.
Y ahí llegué yo a pasar el control, con mi megabolso (que suplantaba el espacio que me pudiera faltar en una maleta de cabina), y mi maleta. Cojo una bandeja para colocar el bolso, el cinto, la chaqueta de cuero y ... otra para las botas. Me quito las botas y ahí está empezando a clarear la inoportuna patata en el dedo gordo del pie. ¡Mierda!. Bueno, que no cunda el pánico, tampoco está hecha la patata tan solo está a dos minutos de que lo sea. Estiro el calcetín hacia adelante para que no claree tanto y con las dos bandejas, más la maleta me dirijo a pasar el control toda digna, como si no pasara nada pensado que si yo no me doy por aludida nadie se fijará. Me pongo en la cola y el caballero que está metiendo los bultos por el escáner le dice al chico que tengo detrás que si su calzado le supera el tobillo para que se lo quite. El chico, le mira al hombre, ve mi bandeja con las botas y ... me mira los pies. Y ahí estaba mi dedo que parecía que solo le faltaba saludar. Y ya ... mi dignidad se vino abajo. Según fui a pasar por el control de metal vi como la policía que tenía delante mi miraba a los pies, el hombre que estaba esperando a que salieran sus cosas antes de las mías también. Y con los carrillos colorados como dos fresones, cogí todas mis cosas y me puse las botas tan rápido como pude.
Lo sé, tampoco es tan importante. Pero, aunque estas personas vean muchas patatas a lo largo del día no quita para que uno sienta un poquito de vergüenza cuando el roto es suyo, ¿o no?
Al menos no me quitaron ninguno de los chorizos, morcillas, torreznos y demás delicatessen que llevaba en la maleta.
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