Una de mis gran pasiones es la cocina. Me encanta cocinar. Pero desde que estoy en Francia es algo que detesto. Y todo es por culpa de la cocina. Mi casa en total hacen 27m2 y la tengo dividida en dormitorio, sala, aseo y cocina, así que os podéis imaginar el tamaño de la cocina. Además, cuando llegué la casa estaba sin amueblar y fui yo quien tuvo que comprar todo, y al elegir entre horno y lavadora ... ganó la lavadora. Así que para cocinar no tengo más que un fuego eléctrico y un microondas. ¿A quién le va a gustar cocinar en esas condiciones?.
Pero llevo dos días cocinando. Creo que el hecho de estar ya en un estado de semi-vacaciones me hace estar más relajada y aprovechar para cocinar. Aún así, tengo un problema añadido. No me gusta NADA fregar. Y os aseguro que es un gran problema porque ¿quién friega, sino? Hasta mi cuerpo ha sido capaz de desarrollar un mecanismo anti-fregoteo y últimamente tengo la piel muy sensible y me salen erupciones en las manos. Yo pensaba que era una alergia a los guantes de látex que utilizo en el laboratorio, y puede ser, pero estos dos días, que me ha tocado fregar un poco más, se me ha puesto una de las manos como un pimiento.
De todos modos, tampoco tengo mucho que cocinar porque como en el comedor del hospital y ya sabemos que para cenar ... vale cualquier cosa. Además, si es posible, lo mejor que se puede hacer en esta ciudad es salir a comer fuera.
Si la cocina es una de mis pasiones, comer es uno de mis máximos placeres. Y la comida francesa me encanta. Esos bistros parisinos con su pato confitado, las fondues y raclettes, las crêperies, las cassoletes, sus ensaladas interminables del sud-ouest, las quiches, las flam's; y eso sin contar con la cantidad de restaurantes de todo el mundo que hay repartidos por una de las ciudades más multiculturales que conozco. Me encanta la comida vietnamita, china, japonesa, pakistaní, india, tunecina, libanesa ... y lo que me queda por probar.
Solo hace falta que me organice y tenga algo más de tiempo para poder disfrutar de todo ello.
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